7º Noctámbulos

May 9, 2010 at 7:50 pm (Uncategorized)



Extracto del diario «La voz de Painville», sección Cultura:


SCHADENFREUDE AD INFINITUM

Por Charlie Heathcliff

“Schadenfreude es la alegría más bella, ya que es sincera”.

Frase popular

Vosotros comprendéis todos los defectos del espectro humano, de hecho, no tenéis virtudes.  Vivís en paz con vuestra propia miseria y en guerra con la de los demás, y disfrutáis de vuestra condición sin importaros el constante hundimiento al que os sometéis. Crueldad es lo que os hace falta. Más crueldad y más amargura en vuestras vidas, y no volveréis a despreciar  a vuestro prójimo.

Sois tan guionizables.  Todo ese absurdo posicionamiento en contra de cualquier cosa que no entendáis os expone a la destrucción pasiva, de una forma tan clara y evidente que puede plasmarse en una gráfica. Sois tan predecibles. Cualquiera de vosotros podría protagonizar, involuntariamente, una obra de teatro. Involuntariamente, porque todo lo que os sobra de patetismo os falta de talento, como no podía ser de otra manera, pues tal es vuestro desprecio por el menor gesto cultural. Necios. Reverberáis en la eternidad, nunca dejaréis de existir. Como tales, no tenéis derecho a quejaros si aparecéis entre las palabras de los críticos.  Es un justo intercambio. Crítica, crítica, crítica.

El escenario. ¿Os quejaréis antes de verlo? Es absurdo, idiotas. Lleváis toda la vida interpretando sobre él y ni siquiera sabíais que es un decorado. Es vuestra vida, lugar afilado escarpado disfrazado bajo el cual yace la oscuridad que tanto odiáis y de la que todos venís y vivís. Os atacáis unos a otros y todos procedéis del mismo lugar. Nacísteis de un mito, atados dentro de una caverna oscura. Cavernas mediáticas y Zodiacs muy rápidas.

Impasibles, vuestras generaciones destruyen sus cerebros y capacidades con drogas blandas, espectros de lo que un día fue llamado música, vacuas fotografías en movimiento y compiten por llegar más alto en las luchas televisadas que protagoniza la estupidez más absoluta. Una tras otra, vuestras semillas demuestran no valer para nada, y el escenario se irá quedando vacío. No hay nada que contar, ni talento para contarlo. Se ha perdido toda esperanza. Una eternidad de silencio por luto.

¿Y yo? No soy de los vuestros. Hace mucho que no estoy entre vosotros. Yazco bajo la oscuridad de la que emergéis para vomitar vuestras palabras al inexistente público. Soy del mundo de las ideas de Platón, el enésimo ciclo del eterno retorno de Nietzsche, lo que os mira desde lo más alto de la puerta del templo de Rashômon, símbolo de la decadencia de la moral humana. Condenado a sufrir vuestro dantesco espectáculo. Tengo lo que os merecéis.

“Schadenfreude”: Sentimiento de alegría creado por el sufrimiento ajeno.


«Delusion dwellers» ₢ Laurie Lipton.

 

– ¿Contento? – Preguntó Lea sosteniendo el periódico delante de Charlie mientras removía su té con la otra.
– Satisfecho es una buena palabra. – Respondió Charlie palpándose el parche. Eran las cinco de la tarde y estaban en la cafetería Phillies. Lea tomaba Earl Grey. Charlie había optado por té árabe. El periódico era de ese mismo día. Estaban uno enfrente del otro, con la mesa y el azúcar como barrera, y no había nadie más allí a excepción de la dependienta.
– Es genial, creo. – Dijo Lea golpeando el texto con el índice. – Sublime y asquerosamente odiable. De esas cosas que provocan que te ganes una paliza callejera, lo cual sería genial, porque te desequilibrarías aún más y escribirías cosas aún mejores, y volveríamos al punto de partida.
– ¿Verdad? – Comentó Charlie sorbiendo su té. – De nuevo un Uróboros.
El opio del piso de Lea los había calmado bastante, y el vino los había envalentonado. Volvieron a tener una aromática sesión sexual entre humo que hizo más por sus respectivas satisfacciones que ellos mismos, y acordaron hablar sólo de cosas agradables. Siendo algo rematadamente difícil para Charlie, modificaron el contrato para no hablar de lo que le aterrorizaba y le había llevado a esa situación. Gracias al sexo y a las drogas, lo estaba llevando bastante bien. El té nivelaba los variantes estados de ánimo de ambos.
– Espero que te guste el cuadro que elegí para ilustrar el artículo. – Dijo Charlie.- No sé tanto de cosas artísticas relativas a la pintura como tú, pero los dibujos de Laurie Lipton son, cómo decirlo, jodidamente buenos, ¿no?
– Ciertamente sí. Cuando vayamos a tu casa quiero verlos, que sé que has comprado algunos. – Dijo Lea mirándolo al ojo. Había arriesgado mucho en esa frase.
– Claro. – Charlie no se alteró con la idea de regresar al castillo. – He comprado muchos cuadros para mi galería, ya sabes. Me gustan especialmente los de aquel que tanto te gusta, el que alberga esperanzas.
– ¿Quién?
– Dennis Hopper.
– ¿El actor de Terciopelo azul? – Río Lea.
– Maldición, un error. Edward Hopper, el de los paisajes e interiores. Y los noctámbulos, ya sabes. – Charlie señaló arriba con la mirada. – Esta cafetería lleva el nombre que hay encima del diner del cuadro.
– Y sin embargo, no es el nombre del bar. Se trata de un anuncio de una marca de puros.
– Lo sé. Me pregunto si el que levantase esto lo sabría.
– Eso es lo de menos, Charlie. Probablemente, al tipo le gustó el cuadro de las personas solitarias en un bar con las calles vacías en el periodo de la postguerra. Tal vez le conmovió tanto que quiso que su negocio acogiese también a halcones de la noche como nosotros[1]. Me parece precioso. – A Lea le brillaban los ojos. – Nos da un lugar a los que sabe que queremos venir a sentarnos separados y a no mirarnos más que a nosotros mismos, mientras disfrutamos de su té. Porque es un refugio contra el insoportable vacío de la calle. Porque es compañía.
– No es compañía. – Respondió Charlie pensativo. – Es soledad común.
Hubo un silencio incómodo.
– Pues esta soledad común es genial. – Dijo Lea levantando el periódico ante sí. Charlie arrancó la esquina de una página, la mojó en el té y se la comió. – Lo mismo digo. – Dijo tras tragar. Lea sonrió sin quitar la vista del periódico.
– No entiendo por qué sigues libre, en la calle. ¿Cómo es que no te han encerrado en un psiquiátrico? Seguro que eso relanzaría tu carrera desde cero.
Charlie la miró instándola a seguir. Nunca se ofendían. Podían matarse entre ellos y no se enfadarían por ello.
– Es decir, porque reconozcámoslo, Charlie, no estás muy bien de ahí arriba. – Continuó Lea. – Te quejas de que media ciudad quiere matarte y no haces más que avivar ese odio.
– ¿Verdad? Es algo que se me da rematadamente bien.
– Y en el fondo, eso te gusta. Bueno, y en la superficie. Pero no creo que te guste siempre. ¿Recuerdas cuando te dieron aquella paliza al salir del teatro? Y sólo era la primera representación.
– Cómo olvidarlo. Lo que te reíste. Y lo que aprovechaste mientras me cuidabas, inolvidable también.
– Ya… Pues te diré algo que no te gustará, Charlie. Painville te adora.
– Un montón.
– Lo digo en serio. Puede que te escupan, te tiren piedras y te insulten por la calle, pero son los mismos que aplauden a rabiar y lloran durante las representaciones en el Sir William. Y en ambos casos son mayoría. Lo sabes. Has conseguido ambas reacciones, y eso no lo consigue cualquiera. Creo que si te presentases a las elecciones, saldrías ganador sin duda.
– No me interesa la política, Lea. Ni siquiera sé el nombre del alcalde. ¿Tenemos alcalde?
– Wilkinson. Se llama Wilkinson y no, la verdad es que no es más que un hombre genérico en un puesto necesario que no hace nada fuera de lo común. No puedes quejarte, incluso un colgado probetéico como tú pilla subvenciones por hacer y para publicar lo que le gusta. Criticas mucho la ignorancia, pero la cultura que haces tiene muchísima aceptación. Por cierto, ¿no es eso hipócrita? Ganas dinero criticando a los que te lo hacen ganar por una situación que se contradice. ¿No es así?
– Es. – Respondió Charlie tranquilamente. – ¿No lo ves? Otro Uróboros. Todo encaja.
– Empiezas a cansarme con tus Uróboros.
– No, en serio. Ahí tienes la respuesta a tu planteamiento. No estoy interesado en la política porque está bien como está, y un Uróboros lo atestigua. No me veo de líder de éstos… Bah, es igual. Se me ha ocurrido una respuesta genial. Toma nota.

– Oigámosla.
– Antes me has preguntado como es que no estoy en un psiquiátrico. Bueno, a los dos nos gusta Arkham, pero lo cierto es que en Painville no hay ninguno. La ciudad misma lo es. Todos estamos como una puta cabra, no solo yo. Sólo que yo me doy cuenta, lo acepto y vivo en consecuencia. No seré hipócrita a estas alturas.
Lea asintió.
– Todos los habitantes de Painville tienen una locura idiota que los guía tanto a odiarme como a aplaudirme. No me meteré en eso, están en su derecho y, como has dicho, son los responsables de mi estatus y mi economía. Si no fuera así, haría tiempo que el ministerio que corresponda habría subido a demoler mi castillo para construir un centro comercial o, ya que estamos, un psiquiátrico.
– Su función ahora no es muy distinta. – Sonrió Lea.
– ¿Alguna vez dejas de sonreír? En fin, si darme cuenta de la realidad me hace el mayor pirado del reino, bienvenido sea. Pero no por ello voy a erigirme su líder. Porque más allá de la locura estúpida de la población y de mi locura excéntrica e inteligente, hay una locura silenciosa y asesina, y ya sabes de quienes estoy hablando.
– ¿Estás seguro de que quieres tener esta conversación? – Preguntó Lea. – ¿Aquí y ahora? Te empieza a temblar la voz y a palidecer la piel. Más de lo habitual.
– No, no quiero tenerla. Al menos ahora. – Charlie respiró hondo y apuró el té. – Pero en algún momento tenemos que tenerla, si queremos aclarar lo que esta pasando. Con ellos y con el hombre Uróboros. Si mis sospechas son ciertas…
Lea le silenció con la mano en la boca.
– Esta noche nos iremos al O’Malley, beberemos y ahí hablaremos de lo que tengamos que hablar y haremos lo que tengamos que hacer, pero no ahora. Ahora sólo hay una cosa que quiera hacer.
Levantó su mano de la boca de Charlie.
– ¿Visitar a la señora Creed? – Dijo este.
– No. – Lea sacó una aromática bolsita marrón de su bolsillo y se desabrochó el primer botón de la camisa. – La señora Creed puede esperar. Lo que yo deseo se me debe conceder de forma inmediata.
– Pensaba que nos lo habíamos acabado antes en tu piso.
– Siempre tengo mis reservas. Me voy al baño y no esperaré más de 5 minutos.
Lea se levantó y se fue. Charlie tomó el periódico por la sección de Cultura y volvió a leer su artículo varias veces. Después empezó a leer de ahí hacia atrás, buscando detalles en las monótonas noticias sin encontrar nada que le sirviese. Miró su reloj. Cuatro minutos y medio habían pasado. Nunca era tarde para el sexo y las drogas. Nunca le reprochaban nada. Animándose, salió en dirección al cuarto de baño, a Lea y al opio, dejándose por leer la primera plana de La Voz de Painville.

*****

 

– Ha llegado el momento de hablar de muchas cosas. – Dijo Livingstone sin quitar los ojos de la puerta.
– Te llevarás una sorpresa. – Murmuró Jack a nadie en particular.
Estaban en la vivienda de Jester, un viejo piso de mala muerte ubicado en el subsuelo, accediéndose por oscuras e intrincadas zonas de los bajos fondos. Pese a la evidente inconveniencia del lugar, resultaba casi imposible de encontrar para cualquiera que no conociese su existencia. La austera hacienda no tenía más que un camastro, algunos armarios y cocina y servicio en condiciones precarias, pero Jester no necesitaba ni aspiraba a más. Jester estaba tumbado en la cama, con el pecho vendado, Livingstone sentado a su lado y Jack montando guardia junto a la puerta.
– ¿Qué me ha pasado? – Preguntó Jester.
– ¡Madre Santa de Dios! – Exclamó Jack. – ¡Puede hablar!
– El raro te saltó encima, pero el gato saltó en el mismo momento y lo arañó en la cara. Eso le desconcertó, además de dolerle mucho, supongo, y perdió la postura que había cogido para lisiarte, con la rodilla doblada apuntándote. Todo fue muy rápido, pero cayó muy aparatosamente encima de tí y no pudo golpearte apropiadamente, aunque sí romperte algunas costillas.
– Me debes la vida, chaval. – Dijo Jack el héroe. – No estaría mal un agradecimiento ahora que al fin puedes hablar.
– Gracias… – Murmuró Jester sin moverse. Cuando intentó incorporarse, notó un dolor punzante en el estómago. Entre estertores, logró acercar la cabeza a un lado y toser sangre.
– Estás mal, amigo. – Siguió Livingstone. – Pero podrás salir de ésta, si es eso lo que quieres. Te he practicado los primeros auxilios. Iremos al hospital, cuando me digas lo que sabes.
– Coop…
– Cuando me digas lo que sabes de ellos. Y no me digas que no quieres ir al hospital, Jes, porque si es así me encargaré de que quieras ir.
– ¿¿¿Jes??? – Jack se divertía. – ¿Al final vosotros dos…? Los rumores eran ciertos.
– No. – Dijo Jester. – Perdona, Coop, no te lo estaba diciendo a tí. No tengo problemas en ir al hospital. Quiero volver a toser sólo microbios, sabes.
Livingstone asintió. – Bien.
– Coop… escuché un disparo. O algo parecido. Justo antes de perder la consciencia.
– Le dí en el brazo. Después de eso, luchamos. Aun herido se defendía como un león, y como puedes ver…
Livingstone acercó la luz de la lámpara a su cara. Tenía una cicatriz a lo largo de la parte derecha y el labio hinchado.
– También me ha dejado más recuerdos en la zona del pecho, pero no vale la pena enseñarlos. Era demasiado fuerte, mucho más que yo. Me tiró la pistola de un manotazo.
– ¡Já! – Río Jack. – Que te cuente, que casi lo machaca el raro solo con un brazo. Que te cuente quién le ha ayudado.
– ¿Cómo acabó todo? – Preguntó Jester.
– Ese gato. No sé si es tuyo, pero se comporta como si te tuviese cariño. Saltó otra vez y se agarró a la cara del raro. No me enorgullezco de esto, pero aproveché para golpearle por detrás y dejarlo inconsciente. Digamos que su cabeza no resultó bien parada.
– De nada, por cierto. – Jack se enorgullecía.
– ¿Qué hiciste con él?
– Os agarré a los dos y os llevé.
– ¿A los dos? ¿Tú sólo? ¿Cómo pudiste?
– Doy fé. – Dijo Jack.
– No lo sé. – Respondió Livingstone. – No lo sé, pero lo hice. Pasó algo raro mientras lo hacía, y eso que os llevé por los caminos menos transitados que hay por esta zona, y eso dificultaba bastante el viaje. Un tipo me echó una mano.
– ¿Quién?
– No pude verle bien. Fue extraño, pero no creo que fuese un raro. Iba cargando contigo y con el otro por una calle estrechísima y oscura, y tropecé. Caí de rodillas, me hice daño y me costó incorporarme. Entonces apareció allí ese tipo… bueno, realmente parecía estar esperando… ¿entiendes? No daba la impresión de que pasase por allí por casualidad. Llevaba un traje rojo oscuro y un sombrero del mismo color. No llegué a verle la cara, pero me tendió la mano para ayudarme a levantarme, y mientras lo hacía te recogió y te volvió a cargar sobre mi espalda. Dijo algo.
Jester permaneció en silencio.
– Algo extraño, pero con tono amable. «Espero que te liberes pronto de tu carga». Lo dijo sonriendo, Jester. Y a la vez resultó siniestro. Llevaba algo grande de la mano. Creo que eran lienzos de pintura. Tenían esa forma, y ahora que lo pienso, había un olor fuerte en él. Puede que fuese pintura.
Jester cerró los ojos. Comprendió por qué había recuperado la voz.
– ¿Y el raro? ¿Qué hiciste con él? – Preguntó, aún cerrándolos.
– Lo llevé a otro sitio. Más o menos le arreglé el disparo en el brazo. Odio a esa gente que sabe donde está el fuego y te distraen mientras aumenta el riesgo de incendio. Cuando despertó, seguía sin querer decírmelo.
– Debo decir que empiezo a sorprenderme. – Comentó Jack.
– Coop, esa gente es muy peligrosa. – Dijo Jester. – No te imaginas cuanto, aunque hayas peleado contra uno. No se trata sólo de su fuerza o su aspecto. En cuanto puedan, irán a por tí.
– Cállate. – Cortó Livingstone bruscamente. – Ese solo era humo. Lo hice. Le obligué a decirme donde está el fuego.
– ¿…Cómo? ¿Cómo lo hiciste?
El rostro de Livingstone se ensombreció.
– Le obligué a decirme donde está el fuego.
Giró su sombría cara hacia Jester. Jack miró y se hizo un ovillo, asustado.
– Y tú también vas a decírmelo, ahora mismo.
– Sí. – Dijo Jester con un hilo de voz.
– ¿Qué es el hombre Uróboros?
Jester comenzó a hablar.

 

*****

 

Hace mucho tiempo me gustaba una canción que hablaba de una chica solitaria que en la tarde de un domingo veía pasar los difuntos. En realidad lo que decía era «minutos», pero siempre preferí mi errada interpretación. Ahora ya no puedo preferir nada, y estoy viendo las dos cosas.
A mi lado, Reichembach se santigua, mirándolos y mirándome. Los vemos desde la cima del promontorio, desfilando en procesión silenciosa. No se tocan. No se chocan. Todos caminan por la luna sin aspavientos ni ninguna expresión. Es tan triste que quiero arrancarme lágrimas, pero debieron perderse en el viaje porque no las tengo.
Veo a Antonio Vega. A Dennis Hopper, el actor. A un sinfín de personas que conocía y que no, populares y anónimas. Todos desfilan. Hay un hombre pequeño de orejas puntiagudas que viste como un señor medieval. Lo recuerdo de la tierra. Podía hacer salir el arcoiris en las noches más oscuras, pero ahora ha enmudecido. Todos lo han hecho. Jesús, los muertos desfilan ante nosotros y no tienen donde ir.
Se meten dentro del esqueleto de la serpiente Uróboros. La boca está obstruida por la cola, lógicamente, así que tienen que entrar por la abertura más cercana. La serpiente es fría y grande, así que todos van desfilando dentro de su círculo hasta que al ir llegando a la cola el pasadizo disminuye de tamaño y tienen que salir. No están mareados. Se dirigen hacia las torres. Ortes Un, ciudad de los muertos. Población: Reichembach y yo. Y ni siquiera estoy seguro de eso.
– No tenéis por qué mirar. – Dice el hombre Uróboros a nuestra espalda. Pero no podemos evitarlo. Entonces le miramos y Reichembach se desmaya en silencio. Quedo yo. Mirando a los ojos del hombre Uróboros.
– Hola, Charlie. – Dice. – Se te ve mucho mejor fuera de la cárcel.
Y le conozco.


*****


– No pude encontrar a Macbeth, tío. – Dijo Othello. – He buscado por todas partes, pero se ha desvanecido.
– Sigue buscando. – Murmuró Romeo. Siguió a lo suyo. Othello farfulló algo y oteó las calles. Estaban en la azotea de un edificio alto, y atardecía. Esperaban.
– Romeo…
– ¿Qué quieres? – Romeo intentaba concentrarse en el mapa de la ciudad que tenía desplegado ante sí, haciendo y deshaciendo señales y flechas a la vez que garabateaba en un cuaderno.
– No estoy seguro acerca de lo de esta noche. Has visto lo que puede hacer ese tipo, igual que todos. ¿Qué oportunidad tenemos?
– La tenemos. – Dijo Romeo molesto. – Ahora déjame trazar nuestros movimientos.
Tuvieron unos momentos de silencio mientras Othello seguía oteando las calles. En otros puntos estratégicos, el resto de raros aguardaban, escondidos, el momento convenido para actuar. Lydecker lo había dispuesto así.
– Romeo. – Volvió a inquirir Othello pasado un rato. – ¿Somos amigos?
Romeo levantó la vista del mapa, sorprendido.
– No me vengas con esto ahora, joder.
– Responde. ¿Lo somos?
– De secundaria. Somos amigos de secundaria. Déjame en paz.
– ¿Qué es eso? – Preguntó Othello.
– Amigos de secundaria. Cuando, en la escuela, compartes clase con un tipo que te cae bien, habláis del nuevo número de Superman y os vais de bares confesándoos vuestro compartido amor por la rubia de la primera fila. Sí, sois buenos amigos durante un año pero os pasáis el resto de la vida fingiendo interés por retomar la relación. Eso somos.
– Es bueno saberlo. – Othello ocultó su decepción. – Así que esta noche cada uno se preocupará de salvarse a sí mismo.
– No, joder. – Refunfuñó Romeo. – Tú, y todos, no nos vamos a tener que preocupar de nada más que de hacer lo señalado. No habrá ningún problema. Hablé con Lydecker.
– Ese cabrón nos está usando. – Respondió Othello. – No puedes negarlo. Nos va a servir en bandeja para que ese Uróboros nos mate, como al maestro.
– Te repito que está controlado. – Romeo empezaba a enfadarse de verdad. – ¡No nos pasará nada! El hombre Uróboros va a ir a por su objetivo, que es el mismo que nosotros.
– ¿Entonces?
– Nosotros nos lo llevaremos antes. Es Charlie.
– ¿Y qué le importa ese idiota al hombre Uróboros?
– Fácil. – Reveló Romeo. – Tanto uno como otro son la misma persona.

*****

 

– ¿Hasta que punto crees en el simbolismo? – Preguntó Jester.
– Tío, soy un puto gato que habla. – Respondió Jack. – ¿Tengo que responder a eso?
– Sólo el necesario para saber lo que hacer. – Dijo Livingstone. – O para creerme eso.
– ¿Lo crees? Tú preguntaste.
– Vuelve a contarlo. – Dijo Livingstone. – Tal vez así.
Jester volvió a contarle una historia acerca de conceptos de eternidad, filosofía y reencarnación que Livingstone no creyó. Le explicó el significado del símbolo de la serpiente Uróboros, la teoría del eterno retorno de Nietzsche y el mandala de los círculos de la vida. Livingstone dijo que sí, que se hacía una idea. Jack lo entendió a la perfección. Después explicó que el hombre Uróboros era la representación de todo eso, y el detective ya no lo tuvo tan claro.
– Bueno, a ver. – Capituló Livingstone. – El rollo metafísico lo llevo bien. Así que, éste Uróboros, ¿se dedica a revolotear por el espacio exterior y descender de vez en cuando? ¿Y qué forma tiene?
– Es complicado. – Respondió Jester. – En el principio, era una persona normal. Humano. Algo pasó. ¿Castigo? ¿Penitencia? Y desde entonces vaga sin poder desaparecer del todo. Pero tiene esta ciudad como origen y destino. ¿Entiendes? Es como un satélite de Painville. Siempre acaba volviendo, a su pesar. En cuanto a su forma, bueno, en eso se asemeja a una serpiente.
– ¿Muda la piel? – Preguntó Jack. A Jester le costaba recordar que Livingstone no tenía constancia de la capacidad de habla del gato, pero a veces parecía que lo escuchaba inconscientemente, sin percatarse.
– ¿Por qué? – Preguntó Livingstone. – ¿Muda de piel?
– Más o menos. – Respondió Jester. – Él… digamos que dejó de ser humano, pero en cada generación se reencarnaba en una persona. Hasta que, y esto requiere que pongas de tu parte para comprenderlo, se desdobló.
– ¿Cómo?
– Se desdobló. Había llegado tan lejos a través del universo, de la inmaterialidad, de la eternidad, y su forma física seguía anclada aquí. Intenta imaginarlo, Coop. Un hombre del que tiran distintas fuerzas a ambos lados, una la propia ciudad y otra el universo infinito.
– Tiene que doler. – Comentó Jack. – Un sonoro ¡RAS!, como esos muñecos de papel recortables.
Livingstone suspiró. – Está bien, Jester. No tengo por qué creerme todo esto, pero quiero saber lo que pasa. Sigue, por favor.
– Al fin y al cabo, no todo es simbolismo. – Continuó Jester. – La parte física se queda en la ciudad sin ser consciente de su verdadera identidad, siendo otra persona totalmente independiente… pero en su interior quedan resquicios, restos y sensaciones de ese conocimiento. Y cada generación el hombre Uróboros desciende para volver a ser uno y poder morir y abandonar la eternidad, pero nunca lo consigue. No se puede. O, por lo menos, no ha dado con la solución.
– ¿Entonces? – Preguntó Livingstone. – ¿Qué forma tiene Uróboros cuando aterriza? ¿Qué fue lo que vi en la puerta de la librería Milfay?
– Su periodo de reconversión. Le toma un tiempo adquirir apariencia humana desde que desciende. Además, los raros intentaron invocarle mediante un ritual masónico y eso debió de molestarle bastante. En estos momentos no sé si lo habrá conseguido.
– Los raros van a intentar otra ofensiva esta noche. – Dijo Livingstone. – Me lo ha dicho Macbeth. Que es una especie de mesías, líder, puto dios a seguir para ellos, y que los guiará para limpiar la ciudad de escoria. Y que también van a por Charlie.
– Hasta en la sopa. – Murmuró Jack. – Hasta en la puta sopa me encuentro a ese bastardo, tíos.
– Charlie es la reencarnación actual de Uróboros. – Reveló Jester. – No es algo muy inesperado, siempre es alguien que destaca en la ciudad, cercano a las artes y generador de violentas pasiones entre los habitantes. Pero tenemos un problema con él.
– Sí, que es un idiota. – Respondió Livingstone. – Cabrón egocéntrico, y quizá un asesino.
– No. Al menos no por ahora. – Dijo Jester. – Charlie es una pieza clave para el plan de los Árboles y para el desarrollo de la ciudad, además de para el hombre Uróboros. – Un breve silencio. -El problema es que Charlie, a su vez, también ha conseguido desdoblarse.

Ortes Un, necrópolis lunar.
Lo mire por donde lo mire, Charlie es clavado al Hombre Uróboros. Los tres somos iguales, sólo que él parece mucho más viejo. Es extraño, pero como uno, tres. Y como tantos, tan infinitos como sea posible. Portamos eternamente el orgullo de la raza que nunca quisimos ser, y no queda otro remedio que ennoblecerse. Eso, o intentar sobrellevarlo. Porque entenderlo, desde luego que no.
– Te lo explicaré, chico. – Dice el hombre Uróboros. – Tienes derecho a saber por qué eres tú el que está aquí y no Charlie, y por qué existes en vez de ser polvo en el limbo. No es complicado, de verdad. Sólo un poco de psiquiatría básica y metafísica realista. Te lo explicaré cuando llegue el momento, porque uno de los tres deberá desaparecer.
Sopla el viento y se levanta el polvo lunar. En este silencioso ambiente crepuscular se podría esperar la llegada de cualquier visitante inesperado, pero creo que lo que nos toca ahora es una larga espera contemplando el vacío y los muertos.
Los muertos y nosotros. Qué fácil lo tienen.

O’Malley.
Sentados en el rincón más apartado, Lea y Charlie contemplaban el bullicio nocturno y vital de las personas que luchaban por defender los valores por los que tantos cayeron. Con el apoyo de la música, la luz, el opio, la oscuridad y cualquier otra cosa que necesitasen, eran dignos herederos de la llama. El espíritu atrapado en los cuadros que reflejaban el estilo de vida de las tabernas de los años 10 se había refugiado allí.
– Y nunca más lo perderemos. – Comentó Lea. Brindaron con sus oscuras e interminables jarras.
– ¡Noctámbulos! – Gritó Charlie, alzándose, jarra en mano, en dirección al bullicio. – ¡Hemos vuelto a encender la noche! – La clientela rugió de afirmación. – Una vez lo olvidé, tengo que confesarlo. Gracias por recordarme que esto aun existe, y dadme una paliza si vuelvo a olvidarlo.
– ¡Prometido queda! – Exclamó Lea. La risa estalló en toda la taberna.
– ¡Que recite algo! – Gritó uno de los habituales, llamado Wesson. Los demás lo secundaron.
– Todavía no es el momento. – Negó Charlie, mostrando el contenido de su jarra. – Me quedan unas cuantas como ésta para estar listo. Dadme tiempo, la noche es infinita. – Volvió a sentarse frente a Lea. – Si se me ocurre hacerlo de verdad, mátame. O quítame el opio, que será lo mismo.
– Lo acabaré haciendo igualmente. – Sonrió Lea.
– ¿Y tú? Nunca recitas nada cuando venimos aquí, y…
– ¿Y? ¿Vas a decirme algo bonito, Charlie Brown? – Lea adoptó la pose amenazante de Lucy Van Pelt. Entre los dos habían leído varias decenas de miles de tiras de Snoopy.
– No, no. No de forma voluntaria, por lo menos. Pero… – Charlie bajó la voz. – Pienso que recitas bien. Al menos en el teatro.
-Tenía que ser algo de eso. – Suspiró la chica. – Así que te parece que recito bien cuando se trata de algo que has escrito tú. Sólo, única y exclusivamente entonces. ¿Es eso?
– ¡No! Bueno… Lo que venía a decir es que me gusta cuando recitas. Pienso que lo haces muy bien.
– Así que te gusto cuando recito. Eso está mejor. Yo te gusto cuando recito.
– No juegues con las palabras para cambiar su significado a lo que quieres oír. Eso sólo puedo hacerlo yo.
– Entonces volvemos al principio. Eres un bastardo egocéntrico.
– Te has ido demasiado al principio. ¿Y la novedad es…?
– Ninguna. Pero, Charlie, por favor. Ahora estamos en un buen momento. Estamos bebiendo, escuchando buena música, nos hemos pasado la tarde a caballo entre las drogas y el sexo y la gente a nuestro alrededor no ha intentado matarte por ahora. Sólo quiero empezar bien la noche, sin que tengamos que caer en los mismos temas de siempre.
– Está bien. Lo siento. – Dijo Charlie. – Porque presiento que esta noche va a ser interminable. Y, volviendo al tema inicial, lo había dicho en serio. Ahí queda eso.
– Entonces quiero que lo repitas. – Lea adoptó el tono de voz que de tanto le había servido unas horas antes. – Inmediatamente.
– Me gusta cuando recitas. También me gusta la forma de lo que recitas. El lugar. Tu aspecto y lenguaje corporal. Las reacciones que suscitas.
– Y yo. – Lea se inclinó hacia delante. – También te gusto yo cuando recito.
Se encontraron a escasos centímetros un rostro del otro.
Charlie se acercó mucho más, a gran velocidad y susurrando una canción antigua.
– No. – Dijo, rozando los labios de Lea al hacerlo.
Y se retiró a su posición inicial, ocultándose tras la jarra, que procedió a vaciar. Lea quedó inmóvil, con los ojos cerrados y los labios decepcionados.
– Cobarde hijo de puta. – Dijo cuando reaccionó.
– Vamos uno a cero. – Dijo Charlie. – Haz tu jugada.
-No, Charlie. – Lea estaba encendida, mirándolo con los ojos entrecerrados. – No entiendo por qué tenemos que jugar uno contra el otro cuando nos hemos pasado la tarde jugando juntos. La noche en que llegaste a mi casa empapado, tuerto y llorando, no jugué contra ti ni te ataqué. Te ofrecí todo lo que tengo, sólo para que te sintieses mejor. ¿Por qué siempre tienes que ser así? Esto no es jugar. Es… es hacer daño porque sí.
– Verás… – Comenzó Charlie.
– ¡No! Maldita sea, odio las negaciones, pero no me dejas otra salida, joder. Me parece perfecto que seas así con la gente de la ciudad porque al fin y al cabo es lo que te da vida, pero odio que lo seas conmigo. ¿Adónde te lleva? ¿Es que te proporciona más placer hacerme daño que follarme?
– No. – Confesó Charlie. – Hace mucho que no siento placer real. Ni siquiera por ninguna de esas dos cosas.
– ¿Entonces qué coño te pasa? No tienes ningún derecho a tratarme así.
– No. No lo tengo. Tampoco tenían derecho los dirigentes a invadir territorios, y las cosas pasan.
Lea le propinó una violenta bofetada. La jarra se cayó, mas no se rompió. Las gafas salieron volando con idéntica suerte. La nariz de Charlie goteó sangre.
– Gracias. – Dijo el chico tapándose la nariz. Lea se levantó a recoger las gafas y se las puso delante. – Si no llegas a hacerlo, no sé lo que hubiera llegado a decir.
– Que te jodan. – Lea se giró. Charlie agarró su muñeca.
– Quédate. Lo siento. No volveré a hacerte daño esta noche.
– ¿Esta noche? ¿Es todo el margen que puedes prometerme?
– No lo sé. Quizá más, si consigo cerrar la mente para que no vengan las malas ideas.
– ¿De dónde vienen ahora, gran genio? – Lea se sentó a regañadientes.
– De muy lejos. De la luna.
– Genial. ¿Como les vas a impedir el paso?
Charlie señaló su jarra.
– A las 5 siguientes invito yo.

– Y entonces le dije: «Crueldad es lo que os hace falta. Más crueldad y más amargura en vuestras vidas, y no volveréis a ser tan ruines con vuestro prójimo. Lo sé, porque lo he comprobado. No tenéis derecho a cortarnos el acceso a la ficción, hijos de puta. Va más allá de lo que podáis entender. No tenéis ningún derecho a lucraros de lo que no os pertenece, de quitarle a la gente lo poco que le queda para pensar, para disfrutar y para imaginar por ellos mismos. Otra vez tergiversáis la palabra “villano” para acusarnos y glorificaros. Sois unos insensatos con el corazón oscuro, la lengua fácil y el cerebro goteante. Yo no tengo el corazón oscuro. Puede que no todos los sentimientos que tenga dentro sean buenos, pero los tengo todos claramente identificados. Para mí, un corazón oscuro es el que no se aclara con lo que lleva dentro en ninguna dirección, y eso nunca es bueno. Hay que tener claras las ideas, los pensamientos, y los sentimientos en todo momento. Y la única forma es el conocimiento y la experiencia. Y vosotros queréis acabar con todo eso, pero no estamos dispuestos a permitirlo. Hacéis piras con libros, cerráis los cines, sustituís la música por monótonas marchas militares. Todas vuestras emisiones televisivas avergüenzan al intelecto, así como vuestros intentos de control mental. Os diré algo: no se le pueden poner puertas al mar. Escuchadlo mientras os fundís en el magma vulgar de los tiempos modernos.» – Recitó Charlie subido a una mesa. Alrededor, todos jalearon, aplaudieron y alzaron sus jarras.
– Y entonces fue cuando te arrancaron el ojo, ¿no? – Gritó uno. Más risas.
– Más o menos. – Sonrió Charlie bajando de la mesa en dirección a la barra.
– No ha estado mal éste. – Le dijo el barman mientras rellenaba su jarra. – ¿A quién se lo dijiste?
– No lo recuerdo. ¿Qué más da? Puede que solo lo haya escrito. Ya sabéis como va esto. – Charlie se acodó en la barra, mirando el gentío. – ¿Crees que a ellos les importa? Lo que cuenta es el mensaje.
– O que no tuvieras valor de decírselo a nadie a la cara. ¿No puede ser eso también?
El barman le entregó su nueva jarra, fría y rebosante.
– Bueno. – Charlie bebió. – No lo necesito. ¿Por qué? ¿Has oído algo?
– ¿Desde aquí? Lo oigo todo, muchacho. Más de lo que me gustaría. Pero no se las cosas que son ciertas y las que no.
– Pregunta. Te confirmaré lo que pueda.
– El asalto a la señora Creed en Milfay. Hay quien creyó verte por ahí. – El barman bajó la voz. – O a ti o a alguien muy parecido. Ya sabes a lo que me refiero.
Charlie asintió en silencio. Siguió bebiendo.
– Dos. El asesinato de ese tal Johnston y lo que pintaron en la pared, ya sabes; «La incultura debe ser castigada». No creo que hayas sido tú, no te imagino con cojones para hacerlo. Pero, chico, si alguien es capaz de matar a una persona porque odie la incultura, eres el primero en quien pienso.
– Ya he tenido esta conversación antes. – Respondió Charlie con calma. – Te diré lo mismo que le dije a ese detective, a ese…
– Livingstone. Rubio y amanerado, pero con estilo.
– No me digas que ha estado por aquí, investigando. ¿Qué le has dicho?
– No ha estado aquí. – Negó el barman. – Tengo mis fuentes. Sé que te interrogó. No lo sé, chico, no creo que seas un asesino. Pero sí creo que tienes la sombra demasiado alargada.
Charlie notó el esfuerzo del barman por no mencionar al hombre Uróboros y su relación con él.
– Vamos a dejar la metafísica al margen de esto, ¿eh, Charlie? – Continuó. – No vamos a mencionarla nunca más. Si escucho algo que te implique de una forma u otra con todos estos malos rollos, seré el primero en entregarte a Lydecker.
– Aplaudo tu honestidad. – Dijo Charlie. – De verdad. No tienes que preocuparte por eso.
– No confío en ti. Quiero dejarlo claro. Ahora vete. Hay una chica sentada sola en aquella mesa que no ha dejado de mirarte durante el discurso. – El barman hizo un gesto con la cabeza.
Charlie se giró y le estrechó la mano.
– Gracias por abrir tu taberna a tipos como yo.
Marchó en dirección a la chica. Ninguno de los que estaban en el bar hicieron ningún gesto mientras avanzaba entre ellos. Cuando no había discursos, se olvidaban de él. Muy propio.
Ella lo vio avanzar de lejos y no apartó la mirada, pero frunció el ceño. Su expresión se había convertido ya en una mueca de desagrado cuando Charlie llegó a la mesa.
– Hola. – Saludó. – ¿Puedo sentarme?
– Es tu ciudad. – Suspiró la chica. – Adelante.
Sentados uno frente al otro, Charlie no pudo evitar las comparaciones con Lea. Abrió la boca pero la chica le interrumpió antes de que pudiese decir nada.
– Me llamo Enid y tú no te llamas Charlie Heathcliff. – Dijo. Charlie aprovechó el momento de confusión para memorizar sus rasgos. Pelo oscuro, ropa oscura y gafas de montura oscura. Su bebida también lo era. Razonablemente atractiva, pensó, e incluso inteligente. Volvió a abrir la boca en vano.
– Y tampoco le has dicho ese discurso a nadie. – Continuó la tal Enid. – Probablemente sea otro de tus devaneos del sábado noche en tu alcoba. ¿No es cierto? Apuesto a que pronto lo volveremos a escuchar en el Sir William, de boca de algún actor más guapo y más decente que tú, que habrás escogido personalmente para que represente a la ciudad una versión idealizada de ti mismo. Y, me atrevería a asegurar, acabaría besando a Lea, también en público, que es otra de esas cosas que no tienes más remedio que hacer de esa manera sin arriesgar tu orgullo. ¿Sabes? No tiene nada de malo besar a Lea.
Charlie entornó los ojos y cerró la boca.
– Y no finjas que no lo sabes, Charlie. – Concluyó Enid. – Es todo lo que tengo que decirte por ahora. ¿Vas a decirme algo? Tal como estás, no te lo aconsejo. En realidad, conociendo tu estupidez, no te aconsejaría hablar conmigo nunca si quieres conservar tus pómulos de una pieza. Pero en fin, es una gran noche de música y licores. ¿Qué podría salir mal? Vamos, te concedo el privilegio de hablarme.
Charlie meditó durante lo que parecieron años. De repente no se encontraba bien.
– Te llamas igual que Enid Blyton. – Acabó diciendo. – Me gustas.
– Ah, ya. Tú a mí no. – Respondió Enid bebiendo de su jarra. – No soy tan vieja ni bondadosa como ella, pero me gustaban aquellos libros hace mucho tiempo.
– Nunca había conocido a nadie que se llamase como una escritora muerta. – Siguió Charlie. – Es…. bonito. Y macabro. Lo macabro es bonito.
– Oh, sí. – Ironizó Enid. – Adoro los paseos a la luz de la luna por los cementerios y hacer copias de las lápidas sobre papel de arroz mientras hablamos en susurros y nos tomamos de la mano. Podrías acompañarme alguna noche. – Observó la reacción de Charlie. – Estaba bromeando. – Se apresuró a decir.
– Eres de los nuestros. – Respondió Charlie. – Noctámbula. Como en ese cuadro de Dennis Hopper que…
– Déjalo, Charlie. De verdad. Lea ya me ha contado todo lo interesante que puedas contarme tú. Y llevas demasiadas cervezas encima, diría.
– No es cierto. Y si lo fuera, ¿qué más da? Esto es irreal. Puedo beber lo que quiera. No me afecta. ¿No lo ves? – Charlie señaló a su alrededor. – El O’Malley era una fiesta. Estamos en el pasado, en los años veinte. ¿Crees que esto puede ser posible en la actualidad?
– Me has convencido, desde luego. – Enid puso los ojos en blanco. – Vamos a la barra, antes de que el tiempo retroceda a la época en la que no había alcohol.
Y Charlie no pudo rebatir sus argumentos.

– Y por estas razones y muchas otras, digo que el amor debe ser DESTRUIDO. – Dijo Charlie alzando su jarra ante Lea y Enid, que estaban abrazadas hombro con hombro. –  Es necesario llegar al fin de algo que ha dejado de funcionar y aniquilarlo, reducirlo a pedazos para que el mundo se vuelva a dar cuenta de lo necesario que era y que se arrepientan de haber prostituido su significado.
– ¿Por qué le dejas acercarse a la barra? – Susurró Lea a Enid.
– ¡Qué se yo! Si no consigue llegar, se las acercan. Tienes que reconocer que es divertido. – Respondió Enid.
– Quiero provocar grietas y derrumbes por toda la ciudad. – Continuó Charlie. – Echar abajo todo lo que se sostenga y volver a levantarlo, y que todos sepan que he sido yo. Hacer que les interesen mis miserias y reconstruir la ciudad con ellas. Un nuevo orden de ciudadanía donde sea posible volver a creer en la ficción. Mejor aún: la traeré de vuelta. Y…
– ¿Y qué tiene que ver el amor? – Preguntó Enid. – ¿Qué tiene de malo?
– Que lo han sobrevalorado. – Dijo Charlie frunciendo el ceño. – Desde hace demasiado tiempo, cuando lo arrancaron de su hogar y lo soltaron aquí, en mitad de la jungla. Lo han roto, lo han transformado, lo cambiaron por otra cosa totalmente distinta que se asemejaba más a lo que ellos querían que fuese. Yo digo que hay que erradicar el amor.
– ¿Como harías eso? – Sonrió Lea. – Me pregunto, vamos.
– Me reservo la respuesta para otro momento. – Zanjó Charlie llevándose otra vez la jarra a los labios.
– ¿Por qué esa necesidad de hacer enemigos? – Preguntó Enid.
– ¿Necesidad? Obsesión. Adicción. Dependencia. – Apuntó Lea. – Incluso diría que una retorcida búsqueda de aceptación.
– No, no es solo eso. – Dijo Charlie. – «La paz es la peor cosa, sonriendo, hablando, caminando, pareciendo ser». Bukowski.  Más allá de ello, poco importa. El enfrentamiento es la base de todo desenlace, ¿no? Me parece una razón tan buena como cualquiera para seguir adelante. Para que la historia fluya.
– ¿Y al final?
– Al final no tiene que haber nada. – Respondió el escritor mientras bebía. – La calma al final de la tormenta. El último hombre en pie que camina por el campo de batalla sin detenerse, sobre los cuerpos de los caídos. El cielo rojo y el silencio absoluto, la muerte que se despliega. La comprensión final, y luego, preparar al lector para la despedida. Que asuma el significado de lo que ha visto, que comprenda las metáforas, que parpadee. Y entonces, aprovechando su momento de debilidad, colocarle el último fotograma delante de sus narices y desarmarlo. Y rematarlo con el fundido a negro.
– ¿Cuál es el último fotograma? – Preguntó Lea.
– Joder, ya tendrías que saberlo. – Gruñó Charlie. – Una última sorpresa, un símbolo urobórico que le haga comprender que no ha terminado. Porque, de hecho, nada debe terminar y rara vez lo hace. Y si parece que termina, no os dejéis engañar. Es ficción. No debe tener fin.
– De todas formas, Charlie. – Comentó Enid. – No sé si estás hablando de una novela, una película o la vida real. Creo que pierdes la noción de la realidad.
– Y de la noche. – Lea señaló las jarras. – ¿Cuántas más crees que te quedan antes de caer redondo?
– Siempre una más para el camino. – Charlie volvió a beber.
– El camino, el camino, el camino.  – Dijeron Enid y Lea al unísono.
– Eso es lo que se supone que importa, sí. – Comentó Charlie. Se percató entonces de que Lea tenía su libreta de bocetos encima de la mesa y estaba garabateando algo en ella con la mano que no estaba sobre el hombro de Enid. Optó por obviarlo hasta que estuviese terminado y se concentró en Enid.
– Elijo eliminar el amor del camino. – Le dijo.
– ¿De tu camino? Una historia muy aburrida, entonces.
– No. Del camino de todos.
– ¿Por qué?
– Míralos. – Charlie hizo un gesto señalando al gentío. – Hipotecan sus vidas por ello. Lo que poseen, sus esperanzas y su desesperación, todo lo apuestan por el amor. En un principio no me parecía mal, incluso yo también lo hacía. Pero ahora soy demasiado viejo.
Lea puso los ojos en blanco.
– Lo digo en serio. – Continuó Charlie. – ¿Antes? Lo que fuera. Demasiado joven e inocente. Por supuesto. ¿Pero ahora? No voy a dejarme embalsamar otra vez.
– Preciosa analogía. – Ironizó Lea. – Sólo dices todo eso por no tener nada en común con la gente normal.
– Si eso es lo que me salva de acabar como ellos, sea.
– Le das demasiada importancia al «Final». – Dijo Enid. – Nosotras vivimos en el camino, Charlie. Es una pena que no lo compartas. Al fin y al cabo, todos tendremos que acabar alguna vez. Es nuestra forma de recorrer el camino lo que nos hace diferentes. Y tú mismo reconoces que no debe haber final.¿No es eso otra forma de «camino»?
– No lo has entendido. – Respondió Charlie. – No deberías hablar tan a la ligera. En el camino hay infinidad de rutas, ¿no? Es tan sencillo como eso. Nadie puede recorrerlas todas. Bueno… – Cerró los ojos por un momento. – Casi nadie. Elegimos nuestra forma de vivirlas y si hay que desdeñar las demás, lo hacemos. Todo el mundo lo hace. ¿No lo ves? De eso se nutre la gente en esta ciudad, del desprecio y la crítica.
– Ahí no puedes sentirte exclusivo. – Señaló Lea. – De hecho, tú eres el primero en hacerlo.
– Sí, claro. Y el más acertado. – Bebió. – Eliminando el amor del camino, nos libramos de la confusión y somos dueños de nosotros mismos.
– Gilipollez absoluta. – Dijo Lea. Enid asintió. – Totalmente. Esperaba más de ti.
– Eso está bien. – Respondió Charlie. – Que esperéis más de mí. Es una motivación.
– ¿Estás trabajando en algo ahora? – Preguntó Lea. – Quiero decir, algo de lo que no tenga constancia. – Volvió a centrarse en su cuaderno.
– Siempre. Quiero cerrar esto que os he comentado, desmitificar definitivamente el amor.
– ¿Y después? – Preguntó Enid.
– Después nada. Final de saga y a otra cosa. Carpetazo. Oficialmente, pasará a llamarse «relación emocional intensa» y puede que veamos algo bueno en esa futura segunda etapa. Pero para ello… – Charlie la señaló. – Me vendría bien documentarme. Necesito engancharme a algo, ¿estás disponible?
– Esto.. – Replicó Enid, sorprendida.
– Lo está. – Dijo Lea, sin levantar la vista del papel.
– Será altamente tenido en cuenta. – Charlie bebió y se puso en pie, coincidiendo con los acordes de inicio de una canción irlandesa. – ¡Me voy a celebrarlo a la barra, para mantener las tradiciones!
– ¿Por qué has tenido que decir eso? – Inquirió Enid.
– Será divertido, y le vendrá bien. Míralo. – Lea indicó la barra. – ¿Ves qué feliz? Son éstos momentos los que valen la pena con él. Borracho, cantando con los demás en la barra, como si de verdad se sintiese uno más. Ni dos, ni medio, ni infinitos. Necesita sentir que esto no es real, que está en uno de los millones de mundos posibles, viajando por el tiempo y el espacio. Es lo que le hace vibrar.
– ¿Hasta que punto se cree lo que dice?
– Oh, todo lo dice de corazón. Hasta las mentiras y los desprecios. No estará satisfecho si no experimenta con las palabras y las reacciones humanas, de eso es lo que vive.
– Ya. Mira, parece que tiene amigos y todo. Están cantando The Pogues hombro con hombro y nadie tiene intención de querer pegarle por ahora. Para Charlie eso debe de ser amistad verdadera.
– Sí… ¡Oh, ahora suena una balada! Prepárate, esto va a ser buenísimo. Verás como se viene abajo.

– Se ha perdido, se ha perdido. – Gimoteaba Charlie en la barra. – Todo lo bueno se ha perdido. – Volvía a beber.
– ¿Y eso? – Preguntó Enid.
– Nostalgia. – Respondió Lea.
– ¿Nostalgia de qué?
– De las cosas que le gustaban y ya no le entretienen. El cine, leer, el sexo, la música… aunque él no lo dirá abiertamente, se siente demasiado viejo para seguir disfrutándolas. Arrastra un vacío existencial muy pesado.
– O simplemente está deprimido porque nadie le aguanta por gilipollas.
– Eso ya se da por supuesto, Enid. – Rió Lea. – Atenta, que llega el estribillo.
Charlie y el resto de borrachos alzaron sus jarras cantando «Rainy Night in Soho» a pleno pulmón. Lea distinguió a varios de los habituales como Jimmy o el viejo John, inmersos en el rito más antiguo y auténtico de camaradería que conocían. Y el mejor posible en esa ciudad.
– Cuando recorramos el último camino, amigos. – Les decía Charlie entre trago y trago. – Lo haremos con una pinta y cantando, entonando gestas por las causas perdidas. Y entonces todo… – Se quedó en silencio.
– Claro que sí, compañero. – Dijo John, tosiendo. – Cuando todos nos hayan dicho que nos jodan y que no quieren volver a vernos, cantaremos la última canción.
– Y esta… – Señaló Jimmy. – Esta es la única última canción existente. – La balada de The Pogues tocaba a su fin. Charlie se subió a la barra de un salto, siendo jaleado por los presentes.
And you are the measure of my dreams… – Cantó, jarra en alto, con todas sus fuerzas. – THE MEASUUREEEE OOOF MY DREAAAAMS…
– La cante quien la cante, hay que reconocer que es preciosa. – Enid sonreía de verdad. – Y este momento, para ellos, también lo es. Ojala él fuese así más veces.
– Lo sería si pudiera, mira, ya verás… Ahora se está excusando ante John y Jimmy por no acercarse a pasar más tiempo con ellos, hablando de las cosas que les gustan mientras beben y cantan.
– ¿Qué excusas pone? No lo hará porque no quiere.
– Sí que quiere. En realidad, es lo que más quiere, ser uno más de la alegre parroquia en vez de representar el papel que le ha tocado. Pero no es fácil para él. Le da miedo.
– ¿Miedo de que vean como es por dentro? Lea, ya no sé cual de las dos versiones es la auténtica, si la embriagada y sociable o la insufrible egocéntrica.
– Las dos, Enid. Recuérdalo. – Dijo Lea. – Siempre las dos.
– Gary murió hace unos días. – Estaba diciendo John. – Lo encontraron en una habitación de hotel junto a una botella y su guitarra.
Jimmy y Charlie asentían apesadumbrados.
– Tenemos que guiarle con una canción.
– Totalmente. Y sé cuál tiene que ser. – Charlie se la susurró al barman, que le entregaba otra pinta. Segundos después, las guitarras de Thin Lizzy los encendieron. «Black Rose» sonaba a todo volumen, y los amigos cantaban por su compañero perdido.
– Maldita sea, Lea. – Enid se secó una lágrima, sonriendo. – No vuelvas a hacerme esto. No quiero sentir nada remotamente parecido a simpatía por ese maldito imbécil.
– Tenemos que recordarlo así. – Adujo Lea. – Nos ayudará en todos los demás momentos en los que sea como siempre, para no golpearle. – Terminó lo que estaba garabateando en su libreta. – Esto ya está. Cuando vuelva se lo enseñaré…
De repente, todo se apagó. La música ceso y las luces se fueron. Se escucharon quejas, ruidos de vasos cayendo al suelo y personas moviéndose en la oscuridad.
– ¡Eh, pero qué…! – Comenzó a gritar Charlie. Algo envuelto en llamas atravesó una ventana y golpeó su cabeza, haciéndolo caer inconsciente detrás de la barra y llevándose unas cuantas botellas por delante. Su espalda aterrizó sobre cristales rotos. El alcohol derramado prendió y la oscuridad se fue. El O’Malley ardía.
Todos trataron de correr hacia la salida, en medio de la confusión. Enid y Lea se cogieron de las manos. Se disponían a ir a por Charlie cuando la puerta se vino abajo. Una figura alta y oscura la ocupó.
– Víctimas de vuestro pasado sois, expuestos a la destrucción voraz. – Dijo Marv Kelly. – ¡Painville! Hemos regresado. No solo la tierra levanta la paz.

 


[1] Pese a que Nighthawks de Edward Hopper se conoce en castellano como «Noctámbulos», su traducción más aproximada es «Halcones de la noche».

 

 

 

3 comentarios

  1. Otroserdelaverno said,

    «Nos da un lugar a los que sabe que queremos venir a sentarnos separados y a no mirarnos más que a nosotros mismos».
    Me parece muy acertado.
    Pocas veces encuentro alguien más interesante que mirar que no sea yo <serio.
    "No es compañía. – Respondió Charlie pensativo. – Es soledad común".
    Soledad común. Soledad colectiva. Juntos pero no revueltos. Es sublime, comediarios. <serio. Queda hilarante pero encima no desentona, imaginate como te veo O_O

    Claro que eso te gusta. Eres masoquista. Por supuesto que avivar odios contra ti mismo te gusta. Es tu deporte favorito, en cuya liga también participas tú mismo O_O De hecho es la parte del juego que mejor se te da: avivar el tuyo por y contra ti.

    "Incluso un colgado probetéico como tú pilla subvenciones por hacer y para publicar lo que le gusta".
    No es increíble? O_O Colgado probetéico.
    La realidad supera la ficción.

    "Su función ahora no es muy distinta" <serio. (L).

    Hay que ser idiota para no leerse la plana…
    Pero claro, ¿quién se resiste a Lea?
    Aunque me encele que se vaya con Charlie (quiero que sea solo para mí).

  2. otroserdelaverno said,

    Con que seguridad afirma Enid que no tiene nada de malo besar a Lea… He de suponer entonces que lo sabe de buena tinta -S.
    (Y no es que no tenga nada de malo, sino que debe ser maravilloso, SUBLIME diría yo… Yo lo haría, vaya. Sin pensarlo).

    «¿Necesidad? Obsesión. Adicción. Dependencia. – Apuntó Lea. – Incluso diría que una retorcida búsqueda de aceptación.»
    De acuerdo.
    Y también lo estoy con Charlie (sin que sirva de precendente,eh?) en que ese último fotograma seria un buen final…

    Creo que Charlie va bien en afirmar que hay gente que lo apuesta e hipoteca todo por amor, pero creo que tampoco tiene por qué ser así. Como en todo, habrá límites (para la gente que sepa ponerlos, conocidos también por los que se hipotecan como «egoístas» – serio. O habrá quien diga que entonces, no es amor. Como si fuera algo intrínseco en él lo otro…)
    Y de todas formas, es inutil incluso hasta discutirlo porque no se puede pretender lo contrario (que se hagan polladas en nombre del amor) o evitar el mismo, o (aquí discreparé de Charlie, una de mis aficiones predilectas) menos aún eliminarlo del todo…

    Que para él ficción ajena, y sobre todo la propia mental, y realidad están menos claras que una charca estaba MERIDIANO -serio.

    «¿Ves qué feliz? Son éstos momentos los que valen la pena con él. Borracho, cantando con los demás en la barra, como si de verdad se sintiese uno más. Ni dos, ni medio, ni infinitos».
    Ya sabes lo que tiene que hacer entonces los viernes, no? *mira el calendario* yo no digo nada … -UNIVERSERIUS!

    John (L). Le añoro.
    Que las dos versiones son las autenticas… dice. NO LE QUEDA NADA A ENID. Cuando descubra las otras 11 versiones me avisas -serio!

    «Nos ayudará en todos los demás momentos en los que sea como siempre, para no golpearle».
    Como dije antes, todo tiene límites… O Charlie repite más momentos de estos o no pedirán paciencia para no dar hostias tantas veces -s!

    QUIERO VER lo que ha dibujado Lea.
    QUIERO VER qué coño busca Kelly aunque puedo suponerlo. (espero que charlie no pese mucho…)

    QUIERO saber qué coño con Livingstone y Drake.

    Y RAPIDITO.

  3. otroserdelaverno said,

    A SER POSIBLE QUE NO HAYA UNA DIFERENCIA DE 9 MESES ENTRE MIS POSTS, COMO HA PASADO.

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